045. VIDA COTIDIANA (1)

VIDA COTIDIANA

Victor Navarro, en 1913, le dedica unas bonitas palabras a la Vall de Gallinera que podrían referirse igualmente a Famorca:
«La pau de la Vall.
El poblet era realment tranquil: com no cantara algun gall, bramara algun burro, plorara algun xiquet o riguera alguna fadrina, res no venia a rompre el silenci d´una naturalea en calma. El cel estaba quasi sempre blau, sense res mes que algun nuvolet blanc que pareixia un pedas volander de cotó-en-pél: l´aire, encara fresc, rara volta passava a ser vent; el sol resplendía sense abrasir; i les nits eren tan suaus i dolces, que donava llástima anarse´n al llit. Tot respirava pau i felicitat; tot pareixia succeir amb regla i compás, com si la vida funcionara per moviment d´una máquina sáviament muntada i perfectament dirigida…
Des del llit, tots los matins sentís jo les esquelles dels ramats que eixien a pasturar, i ja savia que eren les uit. Si per casualitat –prou rara- em despertava al ferse de dia, llavors era el tráfec dels llauradors que amb els animals anaven als bancals o a la serra. I a boqueta nit tota aquella gent tornaava portant un aire de satisfacció i amorós interés, que donaven la sensació d´una tranquilitat d´esperit filla de la consciencia del deure complit, i d´una dolça esperança de rebre, en arribar a casa, la justa i acostumada recompensa en el carinyo de la familia. Fins els animalets acaminaven més lleugers a l´olor de l´estable o del corral». (Victor Navarro i Reig)

Se vivía al ritmo de la luz del Sol, la hora era la solar. Nadie llevaba reloj, y se sabía la hora por los toques de las campanas o porque al mediodía, daba el Sol justamente sobre la Penya del Migdia, que es una roca característica, de color rojizo, que hay en Alfaro, dentro del término municipal de Fageca, pero pegando al de Famorca.
La gente se levantaba a las cinco o las seis de la mañana, para ir temprano al campo. La primera que se levantaba era la mujer, y se ponía a preparar el almuerzo que se tenían que llevar los hombres al campo. Normalmente se volvía a comer a casa y, en verano, se dormía una pequeña siesta. Después de acabar la faena, antes de cenar, los hombres se juntaban un rato en el bar y las mujeres se iban a la iglesia a rezar el rosario.
La cena era a las siete u ocho de la tarde, y en verano, un poco más tarde. Después de cenar, a lo mejor se rezaba el rosario, o se arreglaba alguna cosa, o se estaba hablando junto a la lumbre en invierno, o a la fresca, en verano, que salían a la calle y estaban sentados hablando con los vecinos y con algunos otros que se acercaban. Los mozos, después de cenar, salían un rato a hablar con otros mozos o a rondar.

La vida consistía en trabajar, buscar qué comer y rezar. Había que vivir sin gastar, sacar partido a todo, aprovechar las cosas del campo y del monte y procurar comprar lo menos posible. Apenas entraba dinero en casa, prácticamente sólo de vender las almendras, el aceite y los huevos, y la gente tenía que ahorrar para cuando fuera mal la cosecha o hubiera alguna desgracia.
Había muchos pobres. Los que tenían pocas tierras tenían que ponerse a trabajar para otros que tenían más tierras. Las tierras sólo daban fruto con muchísimo trabajo, ya que los bancales eran muy pequeños y en la ladera de la montaña. Los caminos eran malos y todo costaba mucho esfuerzo.


La vida allí era terriblemente dura. Los hombres trabajaban de sol a sol, y las mujeres también. Y los niños en cuanto podían ayudaban en el campo o en la casa, o iban a cuidar el ganado. Las mujeres, además de llevar la casa y de cuidar a los hijos, también ayudaban en el campo, y hay que acordarse de que no había ninguna comodidad de las que hay ahora.


Si había algún enfermo o lisiado se tenía que quedar en casa, lo que aumentaba los gastos. Cuando se hacían mayores, al no cobrar pensión, tenían que vivir de lo que les dieran los hijos y de la renta de las tierras.
La mortandad infantil era muy elevada, había muchas enfermedades, muchas mujeres morían de parto, y, en general, pocos llegaban a viejos.


EMBARAZO

No había métodos anticonceptivos y había muchos embarazos no deseados. Las mujeres no se cuidaban mucho durante el embarazo y había muchos abortos.

PARTO.

Los niños nacían en la propia casa. Morían muchos niños en el parto y también muchas madres, hasta el punto de que, por eso, había más viudos que viudas. Una mujer del pueblo hacía las funciones de comadrona. Después de nacer, la madre y  el chiquillo no salían de casa durante un mes. Cuando la madre acababa de dar a luz, mataban una gallina en la casa y hacían caldo, y la madre casi sólo se alimentaba de caldo de gallina durante muchos días. Durante cuarenta días se procuraba que la madre tuviera más higiene que la normal y no se le dejaba que tocara la basura.
Las mujeres cuando tenían el período no pastaban el pan ni preparaban la comida, y apenas salían de casa.

ADOPCIONES.

A fines del siglo XIX y a principios del siglo XX, era  frecuente que una familia sacara del Hospicio algún niño o niña, que se criaba como un miembro más de la familia, y no se hacía ninguna distinción con los legítimos.

MADRES DE LECHE

Generalmente por causas de enfermedad, o por otras causas, a veces la madre no podía amamantar a su hijo, y como no había los preparados lácteos que hay ahora, tenía que ser otra mujer la que amamantara al hijo. Como la amamantadora y el niño tenían que estar casi siempre juntos, el niño se criaba en casa de la amamantadora durante unos meses. También ocurría que, cuando la situación económica era muy mala, había madres que se iban a Argel para amamantar niños y ganar así algo de dinero, y tenían que dejar a sus hijos al cuidado de alguien.

AHIJADOS

Si algún matrimonio no tenía hijos, ocurría que algún pariente cercano, normalmente algún hermano, cedía temporalmente a algún hijo para que aquellos lo tuvieran como hijo propio y les pudiera ayudar en las faenas de la casa o del campo.

BAUTISMO.

A los ocho o quince días de nacer, se hacía el bautizo del niño. No siempre se hacía celebración por el bautizo. Otros hacían bizcochos, magdalenas, etc. y las ponían en mesas en casa, y la gente del pueblo iba pasando comiendo pastas y bebiendo vino moscatel. En la calle, el padrino lanzaba a los niños caramelos y moneditas.

INFANCIA.

Al niño recién nacido le ponían en un capazo, y colgaban el capazo de una cuerda anudada a un clavo en el techo. El capazo lo tenían junto a la puerta de entrada de la casa, y se iba moviendo el capazo para acunar al niño. A los bebés se les alimentaba con una papilla hecha de harina y leche.

COMUNIÓN

Se hacía por el Corpus, o días antes, y el día del Corpus los comulgantes salían en procesión los comulgantes. Todos los niños del pueblo comulgaban a la vez. A principios del siglo XX comulgaban entre los siete y los nueve años. El vestido de comunión de las niñas era una bata de diversos colores que les llegaba hasta las rodillas. Los niños llevaban un pantalón y una camisa. Después de la comunión, antes de comer se convidaba a los allegados a dulces, y algunos, muy pocos, los invitaban a comer. A partir de los años cincuenta, los que habían tomado la comunión iban de casa en casa todos juntos, pidiendo que les dieran alguna propina.
En los años treinta, comulgaban entre los 7 y los 9 años.

EDUCACIÓN

La asistencia a la escuela no era regular. Los niños comenzaban a trabajar a los siete o nueve años, e iban a ayudar en las faenas del campo o cuidaban ganado. Las niñas eran educadas para hacer las cosas de la casa y para prepararse para el matrimonio.

JUVENTUD

Mientras los chicos jóvenes salían por ahí y se divertían, las chicas jóvenes no podían salir ni divertirse y, además, tenían que llevar una vida más hogareña que los hombres.

NOVIAZGO

Se casaban entre los veinte y veinticuatro años. Cuando se casaban apenas se conocían, y con frecuencia casarse con uno o con otro dependía más de los arreglos de las respectivas familias que del amor que se tuvieran.
En el siglo XIX cuando los que habían sido novios abandonaban el noviazgo, el novio por despecho, apilaba alguna albarda vieja y otras cosas junto a la fachada de la casa de la novia y le prendía fuego, ensuciándole la fachada.

PEDIDA DE MANO

El novio y sus padres iban a ver a los padres de la novia, y les exponían los bienes que el novio aportaba al matrimonio, y los padres de la novia se obligaban a igualar con dinero o bienes lo que el novio aportaba. A este acto se le llamaba “l´encartament”.

LA CONVIDÁ.

El hombre que se iba a casar, días antes de la boda, invitaba a los que no se habían casado del pueblo todavía. Si el que se casaba con una chica del pueblo era forastero, hacía una convidada más importante, para compensar el llevarse a una chica del pueblo.

AJUAR (“aixouar”).

La novia iba a Alcoy a comprar la tela para las sábanas, y ella misma se las bordaba, poniendo sus iniciales y una cenefa. El bordado lo hacía a mano, aunque cuando aparecieron las máquinas de coser se utilizaron éstas. Otras, las que no sabían coser, los daban a otras para que se los bordaran. A las toallas también se les ponían las iniciales. Para el ajuar también se hacía la ropa interior. Las mantelerías las compraban hechas o se las bordaban ellas. Además, dentro del ajuar estaba la vajilla, la cristalería y todo lo de la cocina. El novio, normalmente, ponía el edificio de la casa, y también los muebles.

MATRIMONIO

Hasta que tenían casa, la mujer iba a vivir a casa de la familia del marido. Con muchísima frecuencia los varones se casaban con chicas de fuera y las chicas también. Hago observar que aunque se conservan prácticamente los apellidos de los repobladores del s. XVII, no es porque los del pueblo se casaran entre sí, sino porque los varones se quedaban en Famorca y se mantenía el apellido en el pueblo.
El día de la boda, los novios se ponían trajes bonitos. Las novias se casaban con un traje negro largo. A la salida de la boda se le tiraban a los niños caramelos y monedas. Muy pocos hacían comida con invitados para celebrar la boda. Lo normal era tomarse un aperitivo, todo basado en dulces, y no acudía mucha gente. Muchas veces, después de la boda se hacía una chocolatada en casa de la novia, y se ponían magdalenas, bizcochos, mantecados y otros dulces, acompañado de licores y aguardiente. Sólo a partir de 1945 alguno de los que se casaban empezaron a invitar a una paella a los familiares y amigos. Hasta los años veinte, o más tarde, no había costumbre de regalar nada a los novios. Lo del viaje de novios no llegó hasta bien entrado el siglo XX, y no en todos casos ni mucho menos. Se solía ir a Calpe, a Valencia, a Barcelona, etc.

MATRIMONIO ENTRE VIUDOS

Era muy corriente el casarse al enviudar, y casi siempre se tenían hijos con la nueva pareja. También era frecuente casarse con un hermano o hermana del que se hubiera muerto. Cuando se casaban dos viudos, los mozos del pueblo iban con cencerros (“picots”) y gritaban y cantaban y les gastaban bromas pesadas. A esto se le llamaba la “cencerrá” o “la picota” o “l´esquellada”, y se hacía o la noche de después de la boda o la noche de antes.

LA EXTREMAUCIÓN

Iba el sacerdote a casa del enfermo, y le hacía una cruz en los pies y otra en la frente. Cuando el sacerdote iba por la calle llevando el viático a los enfermos, un monaguillo iba a su lado haciendo sonar una campanilla.

HERENCIA

Normalmente heredaban todos los hijos a partes iguales, aunque los varones siempre heredaban más. No se heredaba hasta que no se morían los padres. Los hijos varones cultivaban las tierras y les daban a sus padres la mitad de la cosecha. Cuando se repartía la herencia, acudían varios testigos del pueblo y el sacerdote.

LAS CASAS

La casa se destinaba a satisfacer las tres necesidades básicas de la familia: residir (comer y dormir), cobijar a los animales domésticos y guardar los aperos y parte de la cosecha. En función de estas necesidades, se construían las casas. La estructura de las casas se ajustaba a las necesidades agrícolas y de subsistencia de la familia. La casa siempre era más larga que ancha, la fachada era estrecha, y casi todas tenían la planta baja con corral y una planta encima, aunque a partir de los años treinta aumentaron mucho las de dos pisos encima.

 Casa junto a la iglesia



 Veamos cómo eran las casas:
En la planta baja, entrando, a mano derecha o izquierda, había una habitación o dos. Una de ellas se empleaba como dormitorio (si había personas mayores o enfermas, dormían aquí), y la otra también como dormitorio o como cocina (guisador), que era donde se preparaban las comidas para ponerlas luego al fuego en el “llar”. Al lado solía haber un armario grande cerrado o un cuartito que hacía de despensa. Allí solía haber una pequeña “fresquera”, que era una caja hecha con madera y alambre, y allí se guardaba la carne. En un rincón, normalmente debajo de la escalera, estaba el “canterer”, donde se guardaba el agua en cántaros y en botijos, pero, a veces, debajo de la escalera estaba el “pastador”, para amasar el pan, y el canterer estaba a la entrada. El canterer se cubría con una cortina de tela para que no acudieran las moscas.

Junto a la puerta de entrada, a mediados del s. XIX, había un tragaluz, sin cristal, que se tapaba con la base de un cántaro, liado con un trapo. Luego, este tragaluz se fue haciendo ventana. Ninguna ventana tenía cristales.

La puerta era grande, pues tenía que pasar el mulo por allí,  tenía una sencilla decoración y solía ser de buena madera (mobila, que es un pino especial). Muchas veces se ponía una plancha de latón en la parte baja de la puerta de la calle, para evitar que la humedad dañase la madera. Al ser tan grande, facilitaba la ventilación de la casa. Solía ser de dos hojas, y en una de las hojas había una puertecita pequeña “porteta”, que más modernamente se acristalaba. Entre el marco de la puerta de entrada y la pared, junto al suelo, había un agujero (gatera) para que pudieran entrar y salir los gatos, para cazar ratones. El resto de puertas de la casa eran de pino corriente. Todas las puertas se barnizaban, en especial la de la calle, y como barniz se usaba el aceite que se había usado para freír el trigo. Más modernamente, también se les daba gasoil.

Antiguamente delante de la puerta de entrada se ponía una cortina hecha con cuatro sacos cosidos, más tarde se ponía una persiana hecha con medias cañas o cañas enteras. Por la noche esta persiana debía quitarse o subirse, ya que en el pueblo querían evitar que alguien se escondiera detrás o que les vigilaran. Para que no entraran moscas, a veces, en la puerta de entrada solía ponerse una cortina  hecha con trocitos de sarmientos ensartados en alambres o bien una cortinita hecha con una especie de cadenita metálica; estas cortinas tenían unas arandelitas de las que había que tirar para desplazar la cortina a la izquierda o a la derecha, o bien, también para evitar las moscas, se ponía una tela blanca enganchada en una barra de hierro, que cubría todo lo que era la entrada, ya que en verano las puertas de madera estaban siempre abiertas. Cuando llovía o nevaba se ponía un cañizo delante de la puerta.

Pasada la entrada de la casa había una sala grande donde estaba el “llar”, con la chimenea.  Aquello era el centro de la casa, allí estaba el fuego, se comía y  se pasaba la velada. En invierno, el fuego estaba encendido casi todo el día. Junto al llar, había un banco de piedra pegado a la pared, que normalmente se usaba para colocar allí el “cossi” (cuenco) de la colada. El cossi es parecido a una tinaja, pero más bajo y más ancho.(recipiente grande de barro cocido para conservar agua)
En esta sala solía haber unos armarios empotrados, para guardar la vajilla y algún alimento. Los únicos muebles que había eran una mesita pequeña para comer y una silla por persona, hecha de enea o encordada con soguilla de esparto.

El piso, a mediados del siglo XIX era de arcilla apisonada o de yeso, o bien empedrado. Depende del dinero que hubiera, se arreglaba el piso un poco mejor o peor. Era frecuente que el paso de la puerta al corral, por donde pasaban los animales, tuviera un piso más duro, para que no resbalaran. Luego se pusieron baldosines con mucho relieve, con la forma de tabletas de chocolate. Las paredes estaban encaladas, no se pintaban. Como siempre estaba encendido el fuego, las paredes se ennegrecían con frecuencia, y cada poco había que volver a encalar las paredes. Esto se hacía con brochas. Alguna vez, se coloreaba la cal con azulete o con color rosado. Las fachadas nunca se pintaban, y muchas veces, ni se enlucían, quedando con la piedra vista. A partir de finales del siglo XIX ya se enlucieron todas las fachadas, y luego, se fueron pintando casi todas. En todas las fachadas había una anilla incrustada en la pared, para atar al mulo.

Al fondo, enfrente de la puerta de entrada de la calle, estaba el corral, que era muy pequeño. Había una parte descubierta que se le decía el “ras”, y allí estaban las gallinas, conejos y la cabra de leche, y otra parte cubierta llamada “cobert”, donde estaba la cuadra con el mulo o el asno, y en un rincón “la porquera”, para el cerdo. Las casas siempre olían mal, porque el mulo tenía que pasar por dentro de casa para entrar y salir, y, además, el olor de la cuadra y del corral impregnaba toda la casa. A veces, para perfumar la casa se echaba una cucharada de azúcar sobre el carbón caliente, o, en unos jarrones, se ponían plantas aromáticas. Por la calle y por las casas había muchísimas moscas siempre.

Como no había retrete, las personas hacían sus necesidades en el ras. Cuando iban, se proveían de una caña para ir alejando a las gallinas mientras ellos estaban allí. En el suelo del ras se echaba hierba y los restos de limpiar los márgenes, y también se echaba “brossa”, que era la tierra que había pegada a las raíces del romero. También se echaba paja, pero poca, de la que le había sobrado al mulo. Allí iban a parar las sobras de la comida. No era infrecuente que se recogieran las boñigas de las caballerías, incluso de los caminos y las calles, y se llevaran al corral. Allí se iba mezclando todo y se convertía en “fem” (estiércol). El estiércol se sacaba para el mes de octubre, y se llevaba a los campos como abono.

La leña se guardaba, apilada, en el cobert.

Cerca de la entrada partía una escalera, sin barandilla, que llevaba al piso de arriba.
Todo el primer piso recibía el nombre de “cambra”. En el primer piso había varias habitaciones. En varias de ellas, las más oscuras, se guardaban las tinajas con aceite (“gerres”) y otras con grano y legumbres, otras con carne en adobo, y colgando de las vigas los embutidos, los pimientos, las panochas de maíz, etc. La fruta se solía poner extendida en el suelo de estas habitaciones. Si no había bodega, se guardaba aquí el vino, en toneles pequeños (“tonelets”). En una habitación dormía el matrimonio, y en otras los hijos. A mediados del siglo XIX, lo normal era que hubiera sólo dos habitaciones-dormitorio, una para los padres y otra para las hijas, y los hijos varones, se tenían que acomodar donde pudieran para dormir, bien sobre serones o aparejos, o bien en la pallisa (pajar).

En los dormitorios apenas había muebles. Sólo solía haber un par de baúles con ropa y una cama muy alta, hecha con dos banquillos y unas tablas, con una colchoneta encima. Muy pocos colchones eran de lana, lo normal es que fueran de borra, pero también había muchos rellenos de paja de trigo (“márfegas”) o rellenos con “pellorfa” de maíz (la corteza que cubría la panocha). Los colchones debían varearse una vez al año, y eso lo hacía la mujer de la casa. Las telas para los colchones se compraban en Alcoy.

En algunas casas se construyeron hornos, normalmente en la planta baja. Eran hornos de apenas un metro de largo, con forma de bóveda de cañón, y tenían una cámara para el fuego y otra para cocer.

Las ventanas eran muy pequeñas, y sin cristales, y era corriente que hubiera un balcón encima de la puerta de la entrada, que correspondería a la habitación donde dormía el matrimonio.
En el segundo piso estaba el “portxi”o “la pallisa”.


Si sólo había dos pisos, todo lo que describo a continuación estaba incluido en el primer piso.
En el portxi no solía haber tabiques. En una esquina se amontonaba la paja, y allí había un agujero que comunicaba con el pesebre del mulo, y por ese agujero se dejaba caer la paja para los animales. El portxi también se usaba como almacén. Allí se ponían herramientas, aperos del campo, tinajas vacías, esportines, etc. Aquí nunca se almacenaban los alimentos, pues era frecuente que hubiera ratas y ratones. Había un ventanal muy grande, que siempre estaba abierto, y por ahí se metían las cosas voluminosas, la “aixaviga” con la paja, etc. Como el portxi estaba oscuro y la ventana estaba abierta, era muy común tener murciélagos allí.
El tejado era bastante inclinado, pues llovía y nevaba mucho. Siempre era de teja, con canales. Las tejas se ponían sobre cañizos, obrados con yeso. Hasta hace muy poco, a nadie se le había ocurrido poner terraza. La chimenea se solía tapar con una plancha de hierro puesta sobre cuatro hierros, para que no entrara agua de la lluvia.
Muchas veces, debido al desnivel del terreno, se aprovechaba esto y se hacía una bodega que, además de para guardar el vino, servía para guardar muchas otras cosas. Las pocas bodegas que existen tienen paredes muy gruesas y pilares robustos.

Bodega de la casa de María Jesús Vidal


Las casas se hacían siempre con piedras, y estas piedras se unían con mortero hecho con cal y arena. La cal la sacaban de los hornos de cal y la arena la sacaban del río o de zonas donde se había depositado arena en otro tiempo.









Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *